Mireille Knoll tenía 85 años. Nacida en 1932 en París, debe su vida a un milagro, ya que logró escapar junto a su madre de la redada del Vel d'Hiv en 1942. Ella encontró refugio en Portugal y regresó a París después de la guerra, donde se casó con un sobreviviente de Auschwitz. Un 23 de marzo, 76 años después, el infierno del que escapó regresó para ponerle fin a su vida. Mireille fue hallada muerta en su apartamento, quemada después de haber sido apuñalada 11 veces. Según su nieta, que vive en Israel, su apartamento completo fue incendiado, “dejando a la familia sin recuerdos, sin álbumes de fotos, sin cartas, nada. Lo único que tenemos ahora son nuestras lágrimas”, escribió en su muro de Facebook.
 

El asesinato de Mireille Knoll me persigue. Es un doloroso recordatorio (como si necesitáramos uno) del rostro del antisemitismo hoy en Francia, donde una sobreviviente del Holocausto de 85 años, indefensa y enferma, puede ser asesinada por la simple razón de ser judía.
 

El asesinato de Mireille también me recuerda otro reciente asesinato antisemita. Hace casi un año, el 4 de abril de 2017, Sarah Halimi, una maestra judía ya jubilada fue asesinada en su apartamento por un vecino radicalizado. Él la golpeó casi hasta la muerte antes de tirarla finalmente por la ventana. En aquel momento, toda Francia debería haber reaccionado con estupor, y debería haberse manifestado a favor de la verdad y la justicia. Pero las reacciones fueron pocas. Estábamos en medio de una complicada campaña presidencial en la que Emmanuel Macron enfrentaba a la candidata de extrema derecha, Marine Le Pen. Pasaron meses hasta que la movilización de instituciones judías, intelectuales valientes y con principios, y finalmente el mismo presidente Macron, consiguieran que los medios de comunicación se enfocaran en este horrible asesinato antisemita. E incluso entonces, los tribunales tardaron casi un año -después de un vaivén agotador entre la familia, las organizaciones comunitarias judías, la fiscalía y los jueces- para que estos últimos reconocieran el antisemitismo como motivo del asesinato de Sarah.
 

Con Mireille Knoll, parece que se han aprendido algunas lecciones: las autoridades judiciales han reaccionado más rápido, aunque todavía tendremos que esperar los resultados del juicio. Mientras que el fiscal anunció que se tomará en consideración el motivo antisemita, dos sospechosos -uno de ellos un vecino que ella conocía desde pequeño- han sido acusados. Los medios también han reaccionado con más rapidez.
 

Pero queda por contestar una pregunta fundamental: ¿se despertará finalmente la sociedad civil francesa? ¿Comprenderá que el odio que mata hoy, y que ha matado a 11 ciudadanos franceses desde 2006 por ser judíos, no es solo “un problema para la comunidad judía”, como los medios franceses tienden a presentarlo, sino que es un problema para Francia, para la República, para todo lo que este país representa y sobre lo que fue construido? Como solía decir el gran intelectual francés Jean-Paul Sartre, “ni un solo francés estará a salvo, ni en Francia ni en ningún otro lugar del mundo, mientras un judío tema por su vida”.
 

El ex primer ministro Manuel Valls y otros han entendido que “Francia sin los judíos deja de ser Francia”. Tal como lo dijo Emmanuel Macron hace apenas unas semanas: “Nunca debemos fallar y nunca desistiremos en la denuncia y lucha contra el antisemitismo. No hay acomodo, no hay prohibición del lenguaje, no hay ceguera posible, cualquiera sea la forma en que lleven el insulto a la agresión, el estigma al asesinato, el antisemitismo es lo opuesto a la República. Es el deshonor de Francia. Luchamos todos los días por una República de honor y fraternidad, y por lo mismo, luchamos día tras día contra el antisemitismo en todas sus formas”.

Esas declaraciones son fuertes y ayudan a los judíos franceses a sentirse menos solos, pero no son suficientes para que se dejen de sentir aislados. Muchos judíos franceses piensan que si bien han tratado de advertir a sus conciudadanos de que este odio se extenderá y finalmente alcanzará a los franceses en todas partes, solo unos pocos los han escuchado. La pregunta que nos atormenta a tantos judíos franceses es: ¿Cuántas personas salieron a las calles después del asesinato de Ilan Halimi en 2006? ¿Cuántos salieron después de que tres niños judíos y un padre fueran asesinados por un terrorista en Toulouse en 2012? ¿Y cuántos hubieran sido si solo el supermercado kosher hubiera sido atacado y no Charlie Hebdo? ¿Cuántos hubo el año pasado después del asesinato de Sarah Halimi? La respuesta es unos cientos en el mejor de los casos, y la mayoría de ellos judíos.
 

Las palabras del gobierno son bienvenidas y esenciales. Amplían la confianza en la determinación de las autoridades para luchar contra este flagelo. Pero mientras los ciudadanos franceses y la sociedad civil en general no hablen con voz firme, como hermanos, en solidaridad con los ciudadanos judíos cuando ocurran crímenes tan pavorosos, esos judíos se sentirán solos, aislados de la sociedad en general. La lucha contra el antisemitismo fue declarada una causa nacional por el ex presidente Hollande. Ahora necesitamos que más personas se sientan conmovidas, preocupadas y, por lo tanto, participen activamente en esta lucha. Esto no es sólo una cuestión de estar “en solidaridad” con la comunidad judía; es también la lucha de la comunidad francesa como un todo. Debería serlo. Cuando la violencia antisemita crece, la democracia está en peligro. Cuando los islamistas atacan a los judíos -considerando que el antisemitismo es central en su ideología-, en el futuro acabarán atacando a mujeres, homosexuales, periodistas, soldados y policías. Atacarán a toda Francia. De hecho, cada ciudadano francés, cada europeo, cada voz democrática, cada defensor de los derechos humanos, debería estar preocupado por su futuro. Tales ataques hieren profundamente la base de los valores universales que comparten los países occidentales y en los que dichos pueblos creen.

El odio a los judíos que mata hoy es el mismo que mató a otros diez judíos antes que Mireille. El odio que mató a judíos en el supermercado Hyper Casher en París es el mismo que mató a cuatro personas en el supermercado de Trebes. Es el mismo odio e ideología que le quitó la vida al héroe nacional, Arnaud Beltram, el policía que intercambió lugares con un rehén y fue asesinado por un terrorista. Beltram recibió un funeral nacional el miércoles pasado en presencia del presidente Macron. Inmediatamente después de rendirle homenaje, marchamos para honrar la memoria de Mireille Knoll.


Simone Rodan-Benzaquen es directora de la Oficina de Europa del Comité Judío Americano (AJC por sus siglas en inglés)

 

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